miércoles, 23 de enero de 2013

Un trapecista poeta

'Poemas y cuentos de un trapecista retirado que no supo olvidar el circo'
iba a titularse su libro.
¿Os suena?
A mi tampoco.
No existe.
Eran unos cuantos papeles
manchados por las frágiles líneas
de una historia mal contada.
El trapecista,
cuando es trapecista,
se sube al columpio
y empieza a volar.
Está, de repente, en otro mundo
más rápido, más indefinido,
pero con más detalles
de esos que aparecen cuando el vuelo
es algo más lento,
de esos que lo hacen especial.
El resto es fácil de olvidar.
Cuando sube al columpio
y está solo
simplemente vuela
aunque tenga las alas llenas
de una ausencia
que no entiende,
que no le dice
qué le falta
y le hace ser consciente
de que en realidad no tiene alas.
Aquí todos sus sentidos se despiertan
alerta
para no sucumbir al vértigo
que tanto cuesta
esconder.
Cuando, sin embargo, sube al columpio
y hay otro columpio
y el baile en el aire es de dos,
se olvida de que no tiene alas
se olvida de tener cuidado
se olvida del riesgo que corre
se olvida de que abajo no hay red,
y confía siempre
en que al llegar al punto de encuentro
ella estará,
su bailarina,
tendiéndole la mano
para dar otro de esos saltos mortales,
otro de esos pasos de baile
que hacen aplaudir tanto
a un público invisible,
del que ya se han olvidado.
Entonces, confiar es un acto reflejo.
No es consciente de que el suelo
cada vez parece alejarse más.
Viven un baile interminable
que nadie quiere acabar
no le han escrito un final
no existen los puntos
en este mundo de aire y cuerdas
con banda sonora de velocidad.
Ellos van muy rápido y
el tiempo queda en pause,
cada vez que a media vuelta
se rozan los labios.
Y si piensan que es imposible,
es porque no saben besar.
Pero el tiempo no puede estar mucho rato quieto,
el tiempo no puede pararse en un verso
a saborear un beso de trapecistas,
de locos que vuelan con cuerdas,
columpios y aros.
El tiempo no espera por nadie,
se mide en trenes que se van.
Y ellos parecen estar dejándose la vida
demasiado
queriendo alargar cada beso.
El fin del baile lo escribe su bailarina,
que olvida tenderle la mano.
Desaparece.
El trapecista cae,
y la caída es dolorosa.
Y ese dolor monopoliza su tiempo,
y el tiempo pasa ahora siempre más rápido.
Entonces, se hace poeta.
Y parece estar pisando un vacío constante
mientras araña los minutos que se van.
El poeta traslada su vértigo escondido de trapecista
a las páginas que mancha con poemas
para la voladora que lo dejó caer.
Y todos acaban igual,
con una frase como punto final:
parece que todo el que cae se hace poeta.

lunes, 14 de enero de 2013

Para ti, drama


Mi guapo drama.

Esta mañana me he despertado acordándome de ti,
otra vez.
Porque he soñado contigo, otra vez.
Y creo que sabes muy bien lo que hacías.
O no. No sé si eres consciente de todo
lo que me haces en sueños, pero
ay, si lo fueses.
Voy cayendo en una espiral de contradicciones
de todo tipo y adicciones
a cualquier cosa que me recuerde a ti.
Un perfume, un color, un sabor;
un chute de libido.
Un día dormí contigo pensando que no te quería,
y cuando amanecí se me hizo eterno el rato
que tardaste en abrir los ojos y volver a mirarme.
En ese rato eterno me di cuenta de que así
es como lo haces.
Así es como consigues ser la otra mitad del universo,
y que millones de ojos quieran velar tu sueño.
Así, de esa manera, me enganché a ti.
Esta noche te buscaba en tu hueco de mi cama,
hueco que todavía no existe,
como ya supones,
no te encontré.
Llevo mucho tiempo intentando dejar de buscarte
para encontrarme a mi.
Y al final tal vez entienda, y pueda contarte,
que no pasa nada porque no te encuentre de nuevo
que ya fuimos una noche de verano
acostados sobre césped,
que soy yo la que te escribió su vida en be(r)so
por toda la piel
porque algo que era tan tuyo no podía ir
sobre papel.
Soy la que te regaló un corazón de piedra
pero latente y doliente
como último acto suicida
ante un amor tan intenso y adolescente.
Y cuando lo perdiste, supe vengarme.
Supe encontrar tus pesadillas en las hojas de té
donde otras te inventaban futuros, y acabar con ellas
para hacerte soñar unas nuevas,
que tuviesen que ver conmigo.
Soy la impaciente que no sabe esperarte
y te acosa en sueños.
Soy la que te escribe siempre jugando al escondite.
Soy la que se dejó tatuar el dibujo de tus incisivos,
colmillos y premolares
en la clavícula,
porque fue tan tuya que te guarda el derecho
a volver a morderla.
Soy la que se dejó robar el primer beso,
y naufragó tantas veces en los que vinieron después,
que no ha vuelto a encontrar puerto
donde probar un ron más exquisito
que al que sabía tu boca
aquellas noches de locura.
Soy la que te quiere todos los veranos,
y se olvida de ti en invierno.
La más destructiva de las morenas
con las que te has acostado.
Soy la que ahora mismo está deseando
perder la vida entre tus piernas,
pero aun así te recuerda,
que el tiempo sin ti es empotrar
a otros contra mis paredes
y que no debes olvidar que no te quiero.
Que no volveré a quererte,
hasta que tú ya no me quieras.
Siempre serás como esa canción tan vieja
que tanto me gusta;
un 'ni contigo ni sin ti'...

y el contigo que sea siempre cerca,
y el sin ti, que sea siempre echándote de menos.



sábado, 5 de enero de 2013

Un sin fin de adioses

Te voy a dedicar un adiós muy corto, rápido, y ni una palabra más.
No quiero echarte de menos

Adiós pequeño ángel caído.

Pero antes has de saber;
que aunque el infierno sin ti va recuperando su calor
mis inviernos, no...
Que jamás había pasado tanto frío y
no quiero ni pensar en lo que será
la primavera.
Que para mi la esperanza se intuye
en el gris de los nubarrones,
cuando parece que la lluvia viene
tapando los claros de cielo,
que últimamente me dan tanto miedo...
Que invento monstruos
porque abandoné la razón,
(en aquella última esquina
junto a aquél último beso)
y estos ni siquiera se esconden debajo de la cama,
y todo el tiempo se parecen a ti.
Pero también debes saber
que sé
que algún día serás solo un remiendo a la altura del corazón,
una rodillera tapando los agujeros
que abren las caídas.
O una pequeña cicatriz de esas que se resienten
con los cambios de estación,
que perdieron la batalla al tiempo
y no lo entienden.
Y duelen, o intentan doler,
por llamar la atención de alguien
que ya no recuerda ni cuándo,
ni cómo, ni por qué o con qué
se hizo la herida
que dibujó esa cicatriz...
tan bonita.
¿Cómo me la haría?
Tal vez en una de todas esas veces
que caí de la cuerda,
cuando me daba por buscarte
en aquellos bucles de equilibrios,
hasta que de repente
me creía valiente
y miraba al otro extremo
donde tú ya nunca estabas esperando,
y así me convencía de que era hora
de dejarse caer.
Fotografíe mis partes favoritas de ti
para ese momento que tanto se repetía,
ese en el que estás cayendo
y toda la vida pasa por delante de tus ojos.
Las ordené guardándome las mejores para el final,
para dejar todos los días con buen sabor a ti.
Recordarlas ahora es casi igual de cruel
que verte regalando al mundo sonrisas,
y saber que no hay ninguna sincera para mi.
Eres una tortura lenta,
peor que aquella de la gota china;
mi corazón terminará desistiendo
por culpa del insomnio y la sed de ti,
como el de aquellos que la tuvieron que sufrir.
Quién iba a pensar que el agua podía ser tan destructiva.
Quién iba a imaginar que tú podías ser tan destructivo,
o que la falta de ti, lo sería aún más.
Esforzarse en resistir ya cansa.
Se me acabaron los mundos a los que escapar,
donde tus ojos dejaban de existir,
simplemente dijeron: ¡no hay más!
igual que las cuerdas sobre las que bailar
buscándote al otro lado.
Y digo bailar, sí, temeraria e imprudente siempre por ti,
buscando al fin y al cabo la caída como punto y final
a todos los días.
Se me acabaron también los caminos que engañar
para cambiar su rumbo
y hacer que lleven siempre a tu habitación.
Se me ha acabado eso de ir por el mundo
del revés
por ver si así en ver de irte, vuelves.
Se acabó porque nada sirve.
Debería olvidarte, sin embargo,
cada vez que lo intento,
vuelvo a memorizar mis partes favoritas de ti.
Y así sigo, aquí, como no me ves.
Escribiendo siempre de lo mismo y de ti,
porque eres el fantasma que más cuesta
olvidar.
Porque cuando todo lo demás se va de mi,
perece y se olvida en páginas blancas,
siempre que intento desvestir mi alma de ti,
un sin embargo me obliga a volver a leerte
y no termino nunca de abandonarte en tinta y papel.
Y no termino nunca,
no te termino nunca...

Ahora que ya lo sabes, te mando un adiós sin fin
o un sin fin de adioses.